
(Cassandra's dream, de Woody Allen)
EEUU/Reino Unido, 108 min, 2007
Por Javier Demaría
La regular filmografía de Woody reduce la angustia de sus allenadófilos. No recuerdo ahora cuál otro director se despacha tan a gusto con celo de metrónomo que no sea el propio Woody Allen. Ubicado y legitimado como un cineasta adoptado por cierta intelectualidad (a veces casi snob, si existe lo “casi”) su producción disímil se ha prestado para domesticarse en el gusto de una clase media ilustrada a medio camino entre la genialidad y el paso en falso. Lo primero puede rastrearse en joyitas como Hanna y sus hermanas, La otra mujer o la insuperable Crímenes y pecados; lo segundo, en algunas de sus más prescindibles películas del último tiempo en donde se esquematiza, se reitera y hasta pierde filo, como en Melinda and Melinda.
En El sueño de Cassandra, desde el genérico clásico de sus letritas de molde sobre fondo negro con la ominosa presencia musical de Phillip Glass, Allen vuelve a su mejor forma, pero sólo por un momento. Gozamos del clasicismo madurado del que sabe sostener el pulso firme de un relato que comienza a construirse desde ese vínculo fraterno aparentemente indestructible, como el de esos otros dos hermanos de la saga borgeana, los Nielsen, que reafirman la peculiaridad de sus instintos atávicos con la muerte de un otro/otra para seguir viviendo. Pero esta es una película de Woody Allen, que trabaja en zonas más traducibles que las metonimias precisas que interesaban a Borges. En definitiva, sigue siendo una película freudiana, una lucha explícita entre un conflicto interno y las demandas de la sociedad en un marco lookeado de thriller con halos de tragicidad.
Allen tiene sus buenos momentos (como la feliz resolución guionística de la trama en Match Point con la que El sueño de Cassandra tiene algunos evidentes lazos de consanguinidad), por ejemplo: la conformación del hermano trepador Ian (Ewan McGregor) o la proposición criminal a cargo del tío Howard (Tom Wilkinson) en el parque bajo la lluvia in crescendo y con la situación tensa bajo una aparente charla familiar. El comienzo mismo con la compra del yate resuelto con economía narrativa y precisión dramática, que nos pinta de cuerpo entero a los personajes y sus aspiraciones, o la súbita suerte de Terry (Colin Farrell) que cambia desde el agobio en la escena anterior a la bonanza para después nuevamente caer y levantarse, son algunos de los hallazgos del célebre director neoyorkino.
Queda en el debe alguna recurrente esquematización sobre la mujer que es acompañante o atractiva actriz de turno sin peso dramático, tanto en las novias, como en las amantes o las esposas, y un flojo final que no le hace justicia a todo lo que se ha ido construyendo hasta allí. Si el punto más alto está en las deliberaciones de los hermanos antes de cruzar la línea, con el epítome del crimen mismo y hasta un poco después, cuando se dan las diferencias casi irreconciliables frente a las consecuencias de lo devastador en los remordimientos de uno y la practicidad del otro, la decisión que va a tomar uno de los hermanos atizado por la instigación de su tío suena inverosímil y sin el suficiente desarrollo como para, justamente, verosimilizarse. Lo verosímil –sabemos– es cosa resbalosa y efecto de género, dirá Aumont, pero es justamente aquí, en la tibieza de una irresolución y de un déjà vu (hemos visto muchas películas con temas y tratamientos parecidos) donde Allen no logra despegar, y lo que se insinuaba y hasta por momentos se lograba como una tragedia más isabelina que griega sucumbe en un golpe de timón y en los inocuos comentarios de los policías del final, que puede tomarse en un sentido moral, como una especie de hecho desafortunado o como una jugarreta fallida.
Acaso como el comentario que hace Angela (Hayley Atwell), la novia actriz de Ian, acerca del contenido moral de la obra de teatro que está representando, ¿será que el nuevo espectador de Woody Allen es como su novio? ¿un espectador que no se cuestiona mucho y acepta bajo la dócil forma de lo que es teatro o cine –o lo que cree que es un divertimento– algo que agita un poco las aguas pero hasta ahí nomás?
Puntaje: 7