"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

19 de septiembre de 2007

24 mentiras por segundo

No suele ser muy complicado distinguir, en cualquier película, aquello que generalmente se ubica bajo el concepto de "efecto especial". Si vemos una ola gigante arrasando la ciudad de Nueva York (El día después de mañana, 2004), un monstruo marino atacando a una multitud (The host, 2006) o un helicóptero transformarse en un robot gigante de apariencia humana (Transformers, 2007) la tarea es aún más sencilla; sabemos de antemano que la imagen en la pantalla no es el resultado de un registro en vivo de la cámara de cine sobre la realidad y damos por sentado que el fenómeno (ola, monstruo, robot) ha sido construido digitalmente y agregado luego, con armonía adecuada y precisa composición, a la imagen primera que el aparato de la cámara se había encargado de producir (escenarios reales, actores, etc). Por supuesto, el grado de elaboración y la increíble interacción que se logra entre estos elementos digitales y el entorno de la acción que atribuimos a la realidad palpable de lo cotidiano (el característico haber-estado-allí de la fotografía, según Roland Barthes) permite construir un verosímil muchas veces cercano a la perfección, provocando que el espectador no pueda discernir, muchas veces, lo real de lo digitalmente manipulado.
El siguiente video, elaborado por la empresa de efectos especiales Digital Domain (fundada por James Cameron y otros socios en 1993), describe con elocuencia el trabajo de efectos digitales realizado sobre la película Zodiac (David Fincher, 2007). Lo que sorprende en este caso es que no se trata de escenas espectaculares o de imágenes donde se vean involucrados fenómenos de catástrofe, monstruos, robots o superhéroes. Para nada. Sorprende, simplemente, sentir la certeza de no poder distinguir jamás, de ahora en más, qué es real y qué no en una imagen cinematográfica.
Aunque, pensándolo bien, quizás nunca se haya podido.