de Paul Greengrass
(EEUU, 115 min, 2007)
Por Hernán Silvosa
Decir “adrenalina pura” puede resultar bastante obvio, un concepto intercambiable de fácil aplicación que podría servir tanto para definir la sensación de una película como para describir cualquier otra cosa del mundo que nos rodea. Pero no importa, en este caso es verdad y la frase se ajusta perfectamente a la película, a la materia de la que está hecha y a lo que provoca durante casi dos horas sin pausas ni digresiones. Porque es díficil escribir sobre aquello que vive con tanta fuerza exclusivamente en las imágenes.
El estilo de narración de esta tercera y aparente última parte de la saga de Bourne se acerca a lo que habitualmente suele llamarse un registro de estilo “documental”, que consitiría más o menos en:
cámara en mano en constante búsqueda de información, sin mesura ni prudencia (el camarógrafo es un personaje más de la situación dramática, ansioso por registrar la mayor cantidad de detalles que surgen de imprevisto)
ausencia aparente de estilización en la imagen (no son posibles recursos como la cámara lenta, la musicalización en primer plano sonoro o los movimientos de cámara refinados)
sensación constante de realismo (abundancia de escenas en exteriores, multitudes en lugares públicos reconocibles, simultaneidad de líneas narrativas, ausencia de efectos especiales que quiebren el verosímil de lo cotidiano)
Sin embargo, el director Paul Greengrass dobla la apuesta y combina este tipo de registro con una estilización que sí está presente, de todas formas, en la puesta en escena y el montaje. Y bastante poco tiene que ver el documental en todo esto. Porque si Bazin adoraba aquella película de Flaherty en la que se veía en un solo plano y en tiempo real a un cocodrilo comiéndose un pájaro (porque demostraba para él la capacidad específica del cine de imprimir lo esencial de la realidad sin la mediación imaginaria del montaje), Greengrass se convence, por el contrario, de que la extrema manipulación de las imágenes a través del montaje en nada se opone a la supuesta realidad esencial que el cine debería captar con su cámara. Porque en definitiva se trata de eso, de imágenes. La imagen como fuerza autónoma del cine, ya sea continua o fraccionada, pausada o acelerada, reflexiva o espectacular. El montaje prohibido o la exacerbación del corte. Y quiero decir con esto que sería un error pensar que un plano secuencia de varios minutos en una película de Haneke concedería a la imagen un valor superior que el de una escena ultra-fragmentada en treinta planos cortos en Bourne, el ultimátum.
Porque las escenas fragmentadas de Bourne no están compuestas meramente por decenas de planos individuales que vendrían a ser imágenes sueltas y separables unas de otras, de duración fugaz y percepción limitada. La imagen de Bourne es imagen fragmentada.
Jason Bourne es un experimento de una agencia del gobierno, una anomalía del sistema, un cuerpo de existencia virtual que sólo desea recuperar su identidad. Y esta virtualidad se encuentra en el film como dos caras de una misma moneda: por un lado, la mente de Bourne y su constante identidad flotante sin imágenes consistentes que le devuelvan con precisión su verdadero rostro (conocer su nombre no le alcanza), un estado que lo limita a la fuerza bruta de lo corporal y que pocas veces le permite reflexionar (aunque cuando reflexiona, no mata); por otro lado, el tecnológico e infatigable despliegue de imágenes controladas y manipuladas por la CIA, que desde Nueva York activa e intercepta cámaras en tiempo real de diferentes ciudades de Europa, asumiendo el lugar de una mirada orwelliana que no da respiro y puede, si así lo desea, controlar absolutamente todo. Un estado donde la imagen segmentada y multiplicada hasta el hartazgo es sinónimo de poder y paranoia (ya no alcanza que un agente de la CIA activado en Europa desde una oficina en Nueva York apunte con un arma, debe apuntar con un arma y con una cámara de video a la vez).
La rabia y la adrenalina constantes de la película de Greengrass son la consecuencia de una imagen fragmentada que no sólo asimila desde lo formal el estado amnésico del protagonista, sino que adquiere además un nivel de control ideológico/material que produce tanto máquinas de matar como cádaveres desde el anonimato. Y nada tiene que ver este fraccionamiento descomunal de la imagen con la multiplicación ingenua de planos-montaje creados digitalmente en muchas películas actuales (Spiderman 3, Transformes) que sólo aumenta el nivel de vértigo en el espectador a partir de una estética publicitaria y sin mayores pretensiones.
En este sentido, la mejor escena que representa esta idea presente en Bourne, el ultimátum es el desenlace de la secuencia de persecución en la estación de trenes de Waterloo, donde un francotirador de la CIA, escondido detrás de un enorme cartel publicitario, asesina al periodista. El anuncio emplazado en lo alto de la estación se fragmenta cada pocos segundos en delgadas columnas verticales que giran sobre sí mismas para reemplazar la imagen del producto. Es en estos momentos que la imagen se fracciona y deja ver a través de sí cuando el agente aprovecha para disparar con determinación a su blanco, para luego quedar rápidamente oculto detrás de una nueva figura en perfecta composición. Sin diálogos y a puro efecto de narración, el recurso es sencillamente genial.
Adrenalina de la mejor y espectáculo gigantesco. Imagen furiosa que combina el más alto entretenimiento con el mundo de las mejores ideas.
9
5 comentarios:
Estoy de acuerdo. Las palabras "adrenalina", "vértigo" y sus derivados se utilizaron varias veces desde el estreno de la película, pero esta vez con precisión. Además es brillante, desde el guión, la manera en que esta tercera parte se "inserta" en la segunda para después, sí, continuar.
Lo único que no me terminó de convencer es el final. Creo que está sobreexplicado y es algo concesivo con Bourne, ya que lo ubica en un lugar inicial de inocencia.
De todas maneras es una muy buena película, con un elenco de lujo (además de Matt Damon se lucen David Strathairn, Albert Finney y Joan Allen), que confirma que Paul Greengrass es un gran director.
Saludos
Excelente nota. Un muy acertado análisis de tan tremenda obra de arte. Comparto totalmente tu punto de vista.
Felicitaciones.
M.
Coincido con vos, Andrés. El final de la peli me pareció lo más flojo apenas salí del cine. Pero lo cierto es que en semejante película lo más flojo está muy por encima del promedio... Tampoco ese montaje paralelo del final entre Bourne/Webb sumergido en el agua, las imágenes del juicio a los agentes de la CIA y la sonrisa de Nicky Parsons al escuchar que no encontraron el cadáver de Bourne, me convenció mucho. Aunque supongo que ese guiño relajado del final para cerrar la saga no está nada mal.
Gracias por tus palabras, Michifus!
Saludos.
Muy buena crítica.
Saludos
Me gusta que no caigas en los clichés de la crítica o de la mayoría de la crítica. Me ha gustado tu análisis sobre esta que parece ser la mejor de las tres entregas de este espía. Saludos!
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