Por Hernán Silvosa
No es muy frecuente (lo es cada vez menos) encontrarse con gente que verdaderamente sienta la diferencia entre ver una película en el cine o en el living de su casa. Salvo en ambientes cinéfilos, ir al cine es casi siempre una experiencia intercambiable. Se trata de una salida de carácter social que se configura con la siempre amenazante posibilidad de ser reemplazada por experiencias supuestamente similares, algunas bajo la sombra de la ingenuidad ("espero un poco más y sale en dvd" o "ésta no da para ir a verla al cine") y otras bajo la sombra, siempre ingenua, de la moral ("¿y si mejor me la bajo?").
Hay experiencias que son definitavamente incompatibles. La sala de cine invita a una suerte de estado hipnótico donde las imágenes toman el control de las cosas. Quizás la más extraña de todas las hipnosis, aquella en la que el sujeto, aun hipnotizado, mantiene la posibilidad de reflexionar (o no) sobre aquello que ve.
Ir al cine es renunciar a las reglas de lo cotidiano y sumergirse en un trance onírico, dejarse llevar por la monstruosidad de una imagen gigante y maravillosamente incontrolable, siempre desquiciada y perversa. I like to watch.
Ver cine en video es ver video, nunca cine. Es dejar que la imagen se vuelva doméstica, manipulable. La imagen ya no me controla, yo controlo a la imagen ("poné pausa que voy al baño" y crímenes por el estilo). Ni las más avanzadas innovaciones tecnológicas del hogar pueden reemplazar uno de los aspectos esenciales y únicos de la sala de cine: la imposibilidad de detener el curso de las imágenes. Detrás del mágico as de luz generado por el proyector, el soporte fílmico se desvanece (el digital hogareño nunca) y el tiempo de la película es el único posible, incorruptible.
Cuando lo esencial es ver, siempre, pase lo que pase, no queda otra posibilidad que renunciar al control.
Un presentimiento
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5 comentarios:
Hola, como siempre planteas temas muy atractivos. En relación al de este post. Creo que aunque suene algo ilusorio espero y creo que el cine va a seguir vivo en la sala porque sino ya hubiese desaparecido. Saludos!
Habría que decir algo del material fílmico, me parece. Si vas a una sala a ver DVD ampliado seguís participando de todo lo que decís en el post, pero en el fondo es como estar mirando video, no cine.
Salvo por las proyecciones en digital, que por las pocas películas que pude ver parece por momentos fílmico de veras.
Saludos.
Es interesante lo que decís y es imposible dejar de pensarlo como una característica de las sociedades de consumo de hoy en día. La actitud de la persona frente a la pantalla tiene que ver creo con el tipo de espectador que se construye, aquel que esta frente al film tomando a este como un producto de consumo o aquel que esta frente al film como obra de arte. Y en esto ultimo, me hace eco lo que decís del cine como algo que invade a la persona, al estilo de una pasión indómita (que sucede de distintas maneras con el arte en general) al estilo del amor que invade. amor que es el que tiene el cinéfilo por el cine... lastima que estos días no son buenos tiempos para el amor.. son tiempos para el consumo, el uso y el descarte..
Saludos Hernán.
A mi me gustan las dos, yo soy de la generación que vivió el bum del videclub en los 80 y no infravaloro ninguna, si tubiera toda la pasta del mundo y en mi cine pusieran lo que yo quisiera, supongo que siempre iría al cine, pero solo hay un sitio donde den lo que me gusta, y es en mi casita, sin la mula sería otro cantar, claro...
Gracias por los comentarios injustamente elogiosos que me dejaste en mi blog.
Muy interesantes algunas cuestiones que planteas acá. La verdad es que siempre le habia dado vueltas a esa idea de "yo controlo la imagen".
Creo igual que cecile que la mula y los videoclubs permiten experiencias que no son antagónicas con el hecho de "ir al cine".
Por otro lado, aunque es cierto lo que dice diego, no podemos acusar al "grueso" del publico por no ser cinefilo y preferir ahorrarse unos pesos bajandose una película que estaba pergeñada exclusivamente para distraerlo y hacerlo comprar una coca mediana y un pochoclo grande.
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