"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

11 de abril de 2008

BAFICI 08: ¿Y luego qué?

Luego
de Carola Gliksberg
(Argentina, 75 min, 2008)

Por Javier A. Demaría
Hacia los años sesenta se dio a conocer en Polonia el Teatro Pobre de Jerzy Grotowski. Un libro muy conocido, Hacia un teatro pobre, fue atesorado por los teatristas como lo habían empezado a ser los de Stanislavski. En este texto, el propio Grotowski aclaraba el por qué del adjetivo. Luego de preguntarse si se podía hacer teatro sin iluminación, sin vestuario y hasta sin texto, llegaba a la conclusión que había una relación que no se podía soslayar bajo pena de no hablar ya de teatro sino de otra cosa. Este elemento indispensable no era otro que la presencia viva del actor. El teatro pobre -decía- es aquel que, prescindiendo de elementos consagrados históricamente a la puesta en escena que devienen espectáculo, se queda con lo esencial: la relación de un organismo vivo frente a otro organismo vivo, la relación del actor con su espectador, por lo que en teatro ser pobre en extensiones no lo era en experiencia; por el contrario, esto era lo auténticamente rico.

¿El porqué de este introito? Porque entiendo que así como hay un teatro pobre que se celebra, hay un teatro indigente como también un cine indigente. Un cine que como el de esta película no tiene qué decir ni sabe cómo decirlo y lo hace con los medios más paupérrimos.

De un tiempo a esta parte el cine argentino no da pie con bola y una cierta crítica no acierta a jugar su papel de valorizadora, discerniendo lo que es justo de lo ocioso. Me propongo aquí un salto intertextual, un entre desde un textito escrito sin demasiada rigurosidad y que no lleva firma y la película misma.

La reseña del suplemento Sin aliento del BAFICI del jueves 10 de abril es un ejemplo de lo que trato de explicar. Allí alguien que no firma dicha reseña habla positivamente de Luego señalando justamente todo lo que a mi juicio es negativo. Es una práctica constante la de ponderar a partir de lo que se supone que de haberse hecho hubiese caído en excesos.

Se dice ahí que la realizadora “desafía las convenciones del género” y que, por esto mismo, a su vez el espectador se siente desafiado. Me pregunto ¿cuáles son las convenciones del género desafiado? ¿por qué para el espectador un mero gesto de “ruptura con lo convencional” debería representarle un desafío? Se dice allí que la realizadora “rehuye al realismo para hablar de lo cotidiano”. Bueno, cada cual que haga lo que quiera con el realismo, pero ¿por qué se rehuiría de él? ¿qué males execrables aglutina para sí este estilo? ¿y de qué manera se habla de lo cotidiano? Se dice que las relaciones personales son el tema del film pero yo no creo eso, más bien me parece que son la excusa, porque las relaciones personales directamente no existen más allá de alguna alusión a la recurrente figura de la madre, los motivos generadores de alguna presumible incomodidad interpersonal no pasan de tonteras con pretensión de fallido minimalismo.

No sé cual habrá sido la intención de la realizadora pero sí advierto operaciones fallidas como para atribuirle cosas como dice el reseñador fantasma de Sin aliento: cuando “asistimos a una deconstrucción de la expresión en la actuaciones” ¿qué quiere decir con esto? Godard, primo hermano de Brecht, lo ha hecho en sus películas con la utilización de la música, el plano o el montaje. Pero acá no hay deconstrucción posible porque no hay construcción, y para construir hay que saber hacer lo que se llama la técnica, y me refiero acá al conocimiento de reglas para después en todo caso, sí, romperlas. No basta el sostener la atonalidad de una situación por la situación misma, el juego insípido de palabras, la banalidad gestual de lo que se me canta. Eso es fácil de hacer. El reseñador fantasma aboga a favor de la elección formal de la realizadora respecto de su película “en los movimientos y diálogos que carecen de intensidad que se desarrollan en un tono monótono y repetitivo” o en que “el guión carece de estructura clásica” como si esto fuera un hallazgo (dice carece y no, por ejemplo, trabaja a contramano), en que “los plazos temporales no conducen a ningún clímax y las situaciones no llegan a configurarse en conflicto” como si de ser así , de haberse llegado al clímax, conflictos y actuaciones expresivas hubiese resentido la propuesta de la realizadora. Esto y decir quiero ser original es lo mismo. Ser original como resultado luego de un trabajo a conciencia no está mal, ser original como programa estético no sólo es de una pedantería insoportable sino de una incapacidad manifiesta para comenzar a poner el primer ladrillo.

Hacia el final de la reseña, el reseñador fantasma dixit: “Para alejarse del realismo, Carola Gliksberg trabaja con la materia del cine (tampoco se nos aclara cuál es esa misteriosa materia), un gesto moderno tan actual como tardío”. Se me escapa un poco el sentido de esta última idea a no ser que sea un rulito para cerrar la reseña.

Luego es la enésima película argentina que se presenta como engañapichanga de guiño intelectualoide que no pasa de zoncera. Así como aquella otra mistificación que fue UPA, lo malo de estas películas (y las del lote que representan con sus abúlicas recetas) es que no pegan en ninguna parte, no tienen filo y son aburridas hasta el hartazgo. Clavar una cámara a lo Lumière, dejar que actores flojos, con parlamentos flojos, que no saben improvisar, hagan lo que puedan sólo en nombre de lo atonal y minimalista es para que Cristopher Guest se haga una fiesta, ya que las comedias de Guest funcionan porque sus personajes se la creen como estos se creen el “compromiso” con el que actúan mientras los críticos obsecuentes buscan padres tutelares que legitimen sus comparaciones.

Dejo para lo último que tomen invariablemente whisky o té (no mate ¡qué horror!), caigan de un sofá a otro, se pasen la tabaquera (epa ¡qué loco! un semiólogo por ahí) y estén hipoeutónicos y asexuados (¿será esto moderno?).

Habría que recordar que se puede sostener como elección un plano largo siempre y cuando lo que pase dentro o fuera de él (en su relación dialéctica con el fuera de campo) sea sumamente atractivo. Lamentablemente, una vez más en el alicaído cine argentino, este no es el caso.