"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

21 de mayo de 2008

Mitologías personales

Por Hernán Silvosa
Las aventuras de Marty McFly me llevaron a pensar tempranamente en el tiempo, en los recuerdos y en los hechos que, fortuitamente, me tocaban y me tocarían vivir; aunque también, claro, en la fantasía y en el deseo, siempre insatisfecho, de volver a ellos cuando quisiera. Entre alertas de posibles paradojas temporales y extraños aparatos de condensación de flujos, me sorprendía abriendo los ojos desmesuradamente para intentar ver más de lo que podía: reliquias sagradas, templos malditos y nazis de los que poco y nada sabía, salvo que eran lo suficientemente malos como para mantenerme alejado de ellos.

Mientras los géneros explotaban y el cine se reinventaba a sí mismo, podía disfrutar -sin saberlo aún- del mejor musical, el mejor melodrama y las mejores persecuciones de acción a la vez, en la misma hora y media de película. Iconografía intertextual sin límites, aprendería a rotular más tarde, bajo conceptos y análisis académicos de otros que, con mayor edad y talento, me intentarían explicar la(s) historia(s) del cine y me ayudarían a entender que ya no sólo había llegado demasiado tarde al nuevo arte sino que, además, sólo de mí dependía comenzar a imaginar cuantos mundos quisiera, en una época donde lo que nacía como una constante violación de códigos y una alocada multiplicidad de subgéneros me involucraba silenciosamente desde la maravillosa ambrosía de las bateas del universo (que otros llamaban videoclub). Pero, ¿cómo no confundir hoy, al fin de cuentas, las intelectualizaciones o abstracciones de segundo orden con las experiencias reveladoras de aquellos años? ¿Cómo saber, al menos en apariencia, dónde y cuándo nacía la convicción de que lo que no se veía a tiempo no se podría ver jamás?

El todavía ignoto american dream materializado como nunca en aquellas secuencias de montaje de Rocky o Karate kid no sólo me permitía sentir, ingenuamente, que cualquiera podía entrenar con rigurosidad tan sólo llevando a Bill Conti en su walkman o pintando la verja de su casa siguiendo las indicaciones del Sr. Miyagi, sino que también ese adiestramento, que en las películas significaba siempre el éxito de un sujeto frente a un contexto que se le oponía, representaba en mí la batalla silenciosa entre dos bandos internos que, mediados por el cine, intentaban, por un lado, descubrir con ansiedad los nuevos avatares de la adolescencia y, por el otro, continuar aferrándose mágicamente a un mundo donde las máquinas que cumplían deseos a cambio de una moneda podían existir en el parque de diversiones y en una tienda del barrio chino aún era posible comprar pequeñas criaturas que jamás debíamos poner en contacto con el agua ni alimentar después de la medianoche. ¿En qué consistía, entonces, la lógica de seguir creciendo si luego, como me mostraban las comedias adolescentes de escuela secundaria de John Hughes, los profesores y los padres se convertían en los peores villanos mientras los teclados gigantes para bailar y hacer música con los pies dejaban de ser una promesa real en mis visitas a cualquier juguetería? Mejor, claro, era descubrir que la última actualización del catálogo impreso (mi personal y eterno Elige tu propia aventura) con los últimos VHS disponibles para su alquiler incluía la mejor de las transiciones posibles: Cuenta conmigo; para ver, rever, compartir y comenzar, fatalmente, a ejercer con título de grado en el oficio de añorar lo que jamás había ocurrido. Después de todo, los acordes de Ben E. King (y los de John Williams, Jerry Goldsmith y Alan Silvestri, entre tantos otros) seguirían alimentando infinitud de mundos posibles en compañía de imágenes de las que nadie, jamás, habría tenido siquiera la más leve intenión de alejarse.

Más tarde, tanta visión desorbitada se convirtiría en desmesura depalmiana (que a su vez vendría a reemplazar la incontrolable desmesura desorbitada de Goonies, Gremlins y Goblins, David Bowie incluido) y en fantasías con carnet de identificación, sin culpas ni prejuicios, que jamás se tomarían demasiado en serio a sí mismas, aunque en la espectacularidad de la pantalla todas las imágenes terminarían rebelándose y reemplazando, finalmente, lo real mediante despilfarros fetichistas sin solución de continuidad, por suerte, entre forma y contenido.

Comenzaba a darme cuenta, también por aquel entonces, que el cine exigía a gritos ser considerado parte de mi vida. Un sentimiento que nacía de las imágenes que me observaban y me veían crecer en compañía de los otros, a quienes con mi inocencia e ingenuidad no hacía otra cosa que pretender involucrar en mis tempranas y paganas epifanías; era la plena conciencia, social y compartida, de que había películas que jamás podrían haber faltado en el mundo en que vivíamos sin que ese mundo, casi al instante, se volviera un lugar más pobre, más triste y solitario.

Hoy, cuando el living de la casa de cualquiera no quiere otra cosa que parecerse cada vez más a una sala de cine y viceversa, cuando se ha vuelto realidad la profecía de Astruc que en 1948 auguraba aparatos de proyección individuales para que cada sujeto pudiese alquilar, en cualquier momento, películas sobre cualquier tema y sobre cualquier forma, y cuando el derroche de imágenes televisivo-publicitarias conforma un mercado de escenas de las cuales todos están ausentes y a nadie importan, el estreno de una cuarta película de la saga de Indiana Jones, creada por Steven Spielberg y George Lucas allá por 1981, lejos está de representar una reflexionada maniobra de marketing amparada por políticas de estudio o decisiones de producción. Más bien representa, para mí, el intento de regreso a un estado antiguo y mítico de apertura a un mundo de visión descontrolada, en el que el mayor de los placeres consistía en ver y volver a ver algunas películas sin entender (sin querer explicar) por qué cada visión, mágicamente, era siempre la primera.

Abriendo y cerrando la década de mi infancia, la saga de Indiana Jones logró unir, a fuerza de revelaciones arqueológicas fantásticas, viajes insólitos alrededor del mundo y persecuciones sorprendentes, las múltiples odiseas de todas las películas que por entonces supieron despertar mi amor por el cine. Imágenes que muchos podían ver (y pueden seguir viendo) exactamente igual a las demás. Igual a las demás, pero que son ellas.

10 comentarios:

Diego dijo...

Muy bueno tu articulo, muy nostálgico. Y agrego La historia sin fin aunque se que no forma parte de tu mitología personal y no está entre tus favoritas.

Saludos

Diego.

Unknown dijo...

Qué recuerdos leyendo tu artículo... Indiana Jones, Regreso al Futuro... incluso Dentro del Laberinto, que es una peli que me encanta y con una Jennifer Connelli muy jovencita pero que ya apuntaba maneras de belleza.

Un saludo!

Graciela Bello dijo...

Hace un timepo vi una entrevista
a Robert redford, en Desde el Actor´s Studio en el que recordaba con nostalgia la época en que ir al cine significaba "a cultural experience", él hablaba de una época aún anterior, cuando se pasaba toda una tarde en el cine, con un noticiero, dibujitos animados y la película principal.
Lo comparaba con los grandes complejos actuales,con 20 salas de cine, shopping incluído, donde la gente entra a ver la película que más se acomoda al horario, sin ningún tipo de selección o expectativa,la última que salió en lo posible.
Son cambios en las costumbres de la gente, indicadores de cambios espirituales mucho más profundos.
Saludos,
Graciela.

Anónimo dijo...

Qué recuerdos. Muy buen post, compañero. Felicidades.

Anónimo dijo...

Qué recuerdos. Muy buen post, compañero. Felicidades.

BUDOKAN dijo...

Tremendo artículo que da enorme placer leer. Un viaje por los grandes temas del cine que tanto nos gusta desde los 80 hacia aquí. Saludos!

Anónimo dijo...

Coincido con los anteriores comentarios, muy bueno el artículo!
Todavía no he visto la película, pero espero hacerlo en breve (le tengo unas ganas locas!)
Un placer leerte. Saludos!!

Anónimo dijo...

Cada uno tiene sus propias películas de la infancia, tu articulo me acordo en como disfrute tanto cuando veía los "Gremlins", "Los Goonies" y "Labyrinth". Recuerdo que "Beetlejuice" era una de mis favoritas también. Cuando era pequeño no me gustaba tano "Indiana Jones", desde hace poco redescubri varias y ahora me gustán muchisimo (En especial "El Templo de la Maldición"). La nueva recuerda alas demas pero tiene uno que otro problema, pero tu mismo lo dices, eso ni siquiera importa. Esa es la magia del cine.

Saludos!

Criss Cross

Darkerrblog dijo...

De inmediato, me llama a revisionar tanto "Laberinto" como "Cuenta conmigo", buenos años aquellos, sin preocupaciones mas que ver peliculas maravillosas. Muy buen articulo, saludos¡¡.

Jose dijo...

Me gusta mucho tu artículo, enhorabuena, si lo deseais, os paso mi blog de cine, espero os guste...muchas gracias...
https://josecampost.wordpress.com

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