
Por María Papi
La última película de Terry Gilliam (Brazil, Doce monos) se llama Tideland, y está basada en una novela de Mitch Cullin. Un film de epígrafe fantástico, intensamente creativo y no apto para mentalidades herméticas. Un ejemplo de potencia, imaginación visual y narrativa, que expone a Gilliam como un artista arriesgado, agudo y enigmático.
Luego de los inacabables conflictos en el rodaje de su Don Quijote, Terry Gilliam realizó dos filmes: Los Hermanos Grimm y Tideland, ambas producciones de 2005. La primera terminó siendo una realización de la industria orientada a los circuitos comerciales y de la que, al parecer, el cineasta sacó parte del presupuesto para hacer la segunda. La cuestión es que ambas películas tuvieron tremendos problemas: la saga de los Grimm, por fuertes enfrentamientos entre el director y los productores (los hermanos Weinstein, que nunca llegaron a generar acuerdos con las decisiones de Gilliam) y Tideland, que soportó múltiples problemas de distribución y un feroz rechazo de la crítica internacional. No voy a referirme aquí al film de los Grimm, que es trivial y aburrido y ni siquiera se parece a un film de Gilliam -lo admite él mismo-. Lo cierto es que la realización tuvo que sortear múltiples obstáculos: le cambiaron al director de fotografía y a una actriz en pleno rodaje y le borraron al film toda marca o tono incómodo para encuadrarla en los parámetros del mercado, entre otras cosas. El caso de Tideland, por el contrario, se concibió al antojo del realizador, en Canadá y con actores de allí (excepto por Jeff Bridges y Jennifer Tilly). El elenco es impecable, especialmente la pequeña Jodelle Ferland, una maravilla.
Tideland es un film de bajo presupuesto que, sin embargo, no carece de nada. Cosecha su especie abismal y profunda y todo su ornamento audiovisual está dispuesto con absoluta rigurosidad: planos insólitos, perspectivas sugestivas y secuencias embriagantes -al mejor estilo Gilliam-. La protagonista absoluta de la narración (y, muchas veces, la narradora misma) es una niña de diez años llamada Jeliza-Rose, que recurre a su imaginación para reconstruir un contexto desolador, creando situaciones crudamente fantásticas, intimando con personajes excéntricos y grotescos y perturbando la comodidad del público -y de la crítica-. Retrato surreal de lo inconcebible, humor oscuro, sátira, impresiones de ensueño, intertextos y descentramientos crónicos del director, freaks inigualables, putrefacción y decadencia, psicopatías varias, periferias de las heridas y de la soledad. Tideland presenta la intriga de una niña “reinventando el mundo”, como dice el propio Gilliam, para transformar su aterradora condición. La trama se desenvuelve a través de la mirada de la pequeña, estimulando un despliegue continuo de percepciones y representaciones de su patética realidad. Entre simulacros y fantasías, la protagonista enfrenta con tenacidad su suerte. Una extraordinaria ficción que se inicia con la huella de Alicia en el país de las maravillas ("Alicia ya no sabía si estaba cayendo muy despacio, o cayendo muy profundo") y nos arrastra hacia un fondo inagotable -hacia un giro maquinal del inconsciente- de rastros estéticos e impactos perceptivos. Una experiencia imperdible.
La película, que es de 2005 y hace largo rato circula por internet, acaba de editarse en DVD en Argentina.