"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

3 de abril de 2009

Bafici (5) El deseo de mirar

La neige au village
Martin Rit
Francia, 2008, 49'

¿Por qué no escribe novelas?, le preguntaban todo el tiempo a Borges los periodistas de turno. El escritor explicaba que no lo había hecho ni que jamás lo haría porque la novela, a diferencia del cuento (que, decía, se concibe como un todo preciso, posible de vigilar hasta en el más fino de sus detalles) era construida por el lector de manera sucesiva, a lo largo del tiempo, y que una vez terminada muchos pormenores del conjunto se perdían o quedaban relegados. Quizás de un sentimiento parecido al del escritor parte el joven Martin Rit para dirigir esta pequeña joya que se extiende durante apenas 49 minutos. Me pregunto, ¿no es común que nos quejemos cuando una película estira de manera excesiva una idea excelente con el solo fin de justificar la duración estándar de cualquier film comercial? Bueno, por donde se la mire esta película francesa sortea los estiramientos y respira concisión y buena forma. Y hablando de mirar, el asunto en cuestión: porque esta belleza tiene a la mirada atravesada por el deseo como absoluta progonista; o más bien los protagonistas son dos hombres y una mujer atravesados por el deseo de una mirada; o mejor: un triángulo de miradas que no pueden escapar del deseo. Del deseo de mirar, por supuesto.

El disparador de la trama es sencillo (y recuerda a la hermosa En la ciudad de Sylvia, vista en el Bafici 2008): un hombre recostado en el parque descubre a otro hombre que mira a una mujer sentada en un banco, leyendo; la mujer se levanta y se va caminando, el hombre que la observaba empieza a seguirla y el testigo privilegiado de toda la escena, que encuentra muy sospechosa la actitud del perseguidor, decide con cautela seguir a ambos. Simple, ¿no? Más simples aún son los pequeños giros que continúan haciendo de la trama una excusa para la puesta en imágenes de una mirada que mueve a los personajes; a través de calles de piedra, de parques, de escaleras, a pie o en auto, la mirada es la que dicta el paso impulsivo de los cuerpos. Entonces el movimiento sumado a la mirada se vuelve una persecución gobernada por un deseo que exige no tanto apresar al objeto observado sino mantener en el tiempo el acto mismo de la observación. ¿Por qué no dura 4 horas la película, entonces, si de observar se trata? Porque el director se da cuenta, pronto, que el deseo es como un cometa lanzado hacia lo imposible.