
Me quedo con un final, que más bien es un epílogo: el de Let the right one in (Criatura de la noche/Déjame entrar), una película de bellezas indecibles. ¿No les resulta maravillosa la última escena? Oskar, seguro y contento, valiente y redimido, escapa de su hogar, enamorado. Pero lo maravilloso de estas imágenes contundentes, siento, es que se visten de final edulcorado a la vez que guardan oculto (como en el baúl donde Eli se esconde) un camino inexorable, similar al que dibujan las vías del tren que los lleva quién sabe adónde. ¿Un desenlace feliz o un destino trágico? Una condena, dulce. Porque al cuchillo que siempre lleva Oskar entre su ropa (y que nunca llega a usar, salvo para cortarse a sí mismo) no le podrá resultar fácil, con el tiempo, escapar de parecerse demasiado a aquel otro cuchillo tan presente en la película, que sólo mata para alimentar a una hija que, quizás, supo ser mucho tiempo atrás (como ahora lo es con Oskar) una amante incondicional. Podría uno decir que pensar en el después de un final feliz de una película de amor no tiene mucho sentido, y sería verdad. Pero en este caso el sinsabor de las últimas imágenes no vienen de un futuro incierto, que no vemos ni nos muestran, sino, como decía más arriba, de aquellas otras imágenes que luego del último corte a negro pasan a decirnos más de lo que decían.
De imágenes que pasan a decirnos algo diferente a lo que nos decían son también algunos almanaques, dentro y fuera del cine. Y que permiten la precisa ambigüedad, por suerte, para dejarnos elegir qué significan algunas cosas, y cómo siguen otras.
Feliz año para todos.