"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

15 de abril de 2010

Bafici 2010 (2) Estar y no estar en el mundo

Cuchillo de palo
Renate Costa
Paraguay, 2010, 95'

Como una sombra en fuga permanente, desunida del cuerpo que supuestamente la proyecta. Como estar y no estar en el mundo; así es definida en un momento de la película la vida de Rodolfo, el tío de Renate Costa, la directora de Cuchillo de palo (y productora de aquel otro documental imprescindible llamado Cándido López, los campos de batalla, también presentado en el Bafici de hace algunos años) que, sin grandes pretensiones, construye con delicadeza (salvo durante el innecesario perro del final) una mirada que interroga sobre los misterios de la identidad. El tío de la directora ha muerto hace diez años, dicen que de tristeza, pero ¿quién era su tío? y ¿cómo es que alguien puede morir de tristeza? Si el disparador narrativo de este documental autobiográfico parece desde el vamos no presentar demasiado interés para eso que suele llamarse el espectador promedio, todo se revierte cuando el relato (con un montaje que vuelve los detalles simples en grandes incógnitas) nos indica que Rodolfo solía cambiar de nombre según la gente con la que se relacionase y que, además, era un 108. ¿Un qué? Una suerte de eufemismo con que la dictadura de Stroessner (dictador que ejerció el poder entre 1954 y 1989 en Paraguay) solía llamar a los homosexuales a partir de la publicación de una lista con 108 personas acusadas de semejante vandalismo moral. Entonces, a partir de ahí, la película ya es otra cosa; empieza a intersarse por cómo la ausencia de dictaduras o poderes visiblemente coercitivos, en el presente, no garantiza de forma automática la presencia del otro como un interlocutor válido. Porque el discurso es hijo, siempre, de la historia. Y si la historia está embarrada, las palabras de hoy, expuestas al sol de la cultura durante varias décadas, se terminan secando y es difícil ablandarlas. La mirada, como la palabra, se vuelve unívoca, y el otro viene a demostrar cuán lejos o cerca se encuentra de nuestra verdad empaquetada (y regalada por los otros, con moño y todo) para funcionar como automática justificación y defensa de nuestro miedo más íntimo: lo diferente. No estaría mal pensar en Cuchillo de palo como un ejercicio en versión invertida de una de las grandes ideas de Oscar Wilde: el documento autobiográfico como una de las formas de la critica.

6 comentarios:

jb dijo...

ando con ganas d ever esta. La anterior era buena
Saludos
Viste el docmuental d emetropolis?

Hernán dijo...

No lo vi aún, tengo que fijarme si lo vuelven a pasar. Creo que hoy lo dieron en el Malba pero me quedaba muy a trasmano, como siempre queda el Malba. Saludos, jb.

Andrés dijo...

A mi también me gustó mucho esta película, en gran medida por lo que destacás acerca de cómo no se queda sólo en el pasado y mira también el presente. Pero no me molestó lo del perro al final. Incluso lo vi como una especie de concesión luego de la incómoda charla que la directora mantiene con su padre, con ese prolongado, necesario y respetuoso silencio.

La que me perdí, y parece que es una de las grandes películas de esta edición, es Morir como un hombre. Supongo que pronto se podrá ver por algún lado.

Saludos

Hernán dijo...

Tenés razón, Andrés, es algo así como una concesión hacia el padre, un gesto para redimirlo. Pero mi problema es que me pregunto ¿de dónde sale este perro? Porque esa charla y ese silencio maravillosos logran su peso luego de una hora y media de película, al perro lo siento como una picardía decidida en la isla de montaje (o sea, algo forzado). Igual tampoco es que me molesta, la película es muy buena con o sin el perro.

Y sí, vos lo decís, Morir como un hombre parece que termina estando entre lo mejor de este Bafici. Sumo a esta categoría You won't miss me, que acabo de ver.

Vag[ó] dijo...

Me parecio genial, me sacudio que al fin alguien se animare a narrar, mas aun a traves de un documental lo que nadie se anima en Paraguay. No tengo nada en contra del perro, es mas, me gusto... aunque me hiciste pensar que tambien hubiera estado bueno que la pelicula finalice con la ultima charla... bue, ser o no ser? jaja concuerdo con el resto de tus criticas/comentarios. Saludos.

Anónimo dijo...

Hola Hernán. Te leo frecuentemente, me gustan mucho tus artículos, pero no suelo comentar. En este caso estoy de acuerdo con vos en casi todo, con excepción de lo del perro. Es cierto que el plano anterior es muy fuerte y elocuente. Pero el perro no me parece una concesión, sino en todo caso, un equlibrio para que la mirada de Renate pueda rescatar ( sin haber dejado de mostrarlo tal cual es) finalmente, a su padre. Porque la pelicula nunca trata de juzgarlo, sino de mostrarlo, incluso en todo su pensamiento retrógrado. Vi la pelicula al lado de un par de cineastas que respeto, entre ellos , Andrés di Tella, quien propone ver toda la peli como un largo rodeo para "hablar con el padre". y ese plano no les molestó en absoluto.
Un saludo
Alejandro Ricagno

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