
Del otro lado, más allá, en otra parte o tiempo o las dos cosas, el Desouza-otro desaparece para convertirse en Brunelli, Salazar, arquitecto o médico a la vez, caminar en la oscuridad y despertar bajo un árbol que lo alimenta, espiar la virginidad de un cuerpo, acostarse con una mujer sin nombre o mirar de lleno un cadáver velado por gente que desconoce. El Desouza-otro, hacedor de lo esperado, se desvanece para convertirse en cuerpo de movimientos reales donde los maniquíes de una calle solitaria observan desde las vidrieras silenciosas, donde la respiración y los pasos llenan espacios vacíos de tiempo con música muda pero precisa, donde la imagen austera vale por lo que muestra y la acción por lo que genera, más allá de las palabras.
Desouza-otro que miente con palabras mundanas para no mentir con su cuerpo y su mirada. Mentira pequeña para verdad grande y poderosa. Mirada sincera enceguecida sólo por luces de ruido y placeres engañosos.

"Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”, dice Borges en uno de sus cuentos. Juan Desouza-otro siente lo mismo ante cada espejo que lo enfrenta con la finitud que lo rodea. Desouza-espejo, que elige finalmente cubrir su cuerpo con el reflejo opaco de una mirada sin deseo. Reflejo muerto de verdad el del maravilloso, conciso y miserable plano final: Desouza fuera de campo, borrado, vestido de palabras vacías que se repiten solas como el eco de una sombra que ya nadie reconoce.
“El hecho de no verte y de saberte / te agrega horror, cosa de magia que osas / multiplicar la cifra de las cosas / que somos y que abarcan nuestra suerte. / Cuando esté muerto, copiarás a otro / y luego a otro, a otro, a otro, a otro…”