
El 10 de enero de 1927 se estrenaba en Berlín una de las películas más extraordinarias, discutidas y manipuladas de la historia del cine: Metropolis, de Fritz Lang. El diseño de sus majestuosos decorados (que aludían menos al expresionismo pictórico alemán que al futurismo italiano de Boccioni y Marinetti), la innovación de sus múltiples efectos especiales, el uso de 37 mil extras y un rodaje de 310 días de duración la convertían en una película verdaderamente monumental y sin precedentes para la época.
Hoy, a casi 81 años de su estreno, el signo de la manipulación que ha sufrido el film a lo largo de sus diferentes estrenos, reestrenos, agregados y mutilaciones es claramente visible en el detalle que brinda IMDB en el apartado que informa sobre su duración:
Runtime: 153 min / Germany:147 min (2001 restored version) / Germany:210 min (premiere cut) / Germany:80 min (Giorgio Moroder version) / Germany:93 min (re-release version) / USA:114 min (25 fps) (1927 cut version) / USA:123 min (2002 Murnau Foundation 75th aniversary restored version) / Spain:118 min (DVD edition) / USA:117 min
Complicado afirmar algo así como “anoche vi Metropolis” sin preguntarse, al menos por unos segundos, qué película realmente se ha visto. Lo cierto es que en cualquier version que se consiga podrá apreciarse la increíble destreza visual de un Fritz Lang en su mejor momento (en el viejo continente, al menos) y la traducción en imágenes de una maquinaria de producción increíblemente poderosa (léase la UFA antes de su caída) al servicio de una película con aspiraciones de grandeza en todos los sentidos.
Hay que decirlo. Señalar únicamente que Metropolis cuenta la historia de una ciudad del futuro donde millones de obreros son esclavizados bajo tierra para hacer funcionar las grandes maquinarias que permiten la vida privilegiada de una minoría selecta e inteligente sobre la superficie sería describir una sinopsis algo ingenua que no puede satisfacer demasiado. Lo que Metropolis opera desde su mecanismo narrativo y su desenlace evidentemente reaccionario es la teoría que, pocos años más tarde, sería articulada sistemáticamente por el partido nazi: entre la muchedumbre torpe que sólo aporta su fuerza de trabajo y la inteligencia suprema de un líder carismático, el acuerdo mediante el sentimiento ciego y obediente de un corazón cristalino es la única solución posible. Claro que Lang poco tenía que ver con estas ideas a las que era más devota su esposa y guionista de la película, Thea von Harbou, que en 1932 terminaría afiliándose definitivamente al partido nacional-socialista mientras su esposo, divorcio mediante, escapaba a los Estados Unidos para comenzar una nueva carrera, rechazando la oferta de Hitler de hacerse cargo políticamente de todo el cine alemán durante su gobierno.
Confirmada estos días por el productor Thomas Schühly la compra de los derechos para la realización de su remake en tierras de Hollywood, uno podría preguntarse qué significa en el contexto actual una decisión de este tipo y, de paso, qué dos bandos enfrentados en los inicios de la trama podrían llegar hacia el final de la película a un acuerdo de corazón. No estoy seguro, pero dudo, eso sí, una actualización estilo retro por parte de Hollywood de las disputas entre proletarios y capitalistas en antiguos contextos de esplendor bolchevique.
Quizás, más acorde a nuestros tiempos de propaganda maniqueísta, el dilema post 11 de septiembre del “están con nostros o están en contra” llegue en la nueva versión hollywoodense del clásico alemán a un desenlace feliz y tranquilizador al mejor estilo Thea von Harbou, y absolutamente todo se solucione, respetando la elocuencia de algún líder carismático con alusiones extradiegéticas, mediante un amigable y cariñoso apretón de manos final.
Fragmento final de la versión definitiva restaurada en Alemania por
la Fundación Murnau en 2002 y musicalizada en 2005 por el dúo
The New Pollutants (Benjamin Speed & Tyson Hopprich).
la Fundación Murnau en 2002 y musicalizada en 2005 por el dúo
The New Pollutants (Benjamin Speed & Tyson Hopprich).