
¿Se puede filmar el tiempo? Es la pregunta que nos hacíamos en un post anterior para permitirnos reflexionar, al menos de forma introductoria, sobre las caracterísiticas formales de las películas de aquel gran director soviético que fue Andrei Tarkovski, para quien el arte del cine no tenía otra función que la de “esculpir el tiempo” de la realidad.
Ahora bien, desde sus inicios el cine opera de esta manera y con absoluta conciencia. Ya los hermanos Lumière debieron controlar con precisión el tiempo del que disponían para filmar sus numerosas películas. Salida de la fábrica Lumière (1895) es la primera de ellas y a la vez el mejor de los ejemplos. Realizan una primera versión pero la cinta se acaba antes de que todos los obreros hayan salido correctamente de la fábrica. La película, sin aviso, se corta antes de que la puerta se cierre. Algunos meses más tarde vuelven a ubicar la cámara en la misma posición y filman exactamente lo mismo. Esta vez, con una mayor precisión en el tiempo (sin duda dirigiendo a sus obreros para que caminen más rápido) las cosas salen bien. Primera remake de la historia de la primera película. Mismo espacio, tiempo diferente, mayor control.

Pocos años después de la obra maestra de Kubrick, Fronçoise Truffaut dirige su primera película, Los 400 golpes (1959), y con ella construye su eterno alter-ego, Antoine Doinel (interpretado por Jean-Pierre Léaud) convertido rápidamente, parecido físico mediante, en la inmortalización de los más variados deseos y temores del cineasta francés. El actor/personaje (de 14 años en la primera película) crece elípticamente través de la mirada de un director que lo forma durante cuatro largometrajes y un corto. El paso del tiempo conoce en el cine una forma nueva e innovadora. De infancia marginal a matrimonio, infidelidad y divorcio. Décadas en pocas horas. Maravillosas, eso sí.

Algo similar, aunque concentrando el paso del tiempo en un solo film, es lo que hace Nikita Mikhalkov con su película Anna (1993), un verdadero diamante que pudo verse en Buenos Aires durante el BAFICI. El director ruso sienta a su hija Anna de seis años delante de la cámara para hacerle preguntas variadas sobre sus gustos, miedos y deseos. Desde 1980 realiza esta misma operación año tras año, registrando las respuestas de su hija. El último registro es en 1991, cuando ella cumple 18 años. Lo interesante es que el crecimiento de la pequeña y la variación en la complejidad de sus respuestas van coincidiendo con la agonía de un fuera de campo asimilado al régimen soviético, de inminente defunción.



Quizás admirando a Kubrick y combinando al mejor Truffaut con las experiencias de Apted, Mikhalkov y Keller es que el siempre interesante realizador Richard Linklater comenzó a filmar en 2001 el más ambicioso de todos sus proyectos, Boyhood, cuya fecha de estreno está prevista para el año 2013.
Protagonizada por Ethan Hawke y Patricia Arquette, la película se centra en la vida y el crecimiento de un niño de padres divorciados desde el primero grado escolar, cuando tiene seis años, hasta el fin de la secundaria. Los mismos técnicos y actores se juntan todos los años y filman algunas escenas, y así esperan hasta el año siguiente para volver a reunirse y decidir qué filman y de qué forma. Durante 12 años Linklater estará a cargo de este particular proyecto con un guión escrito sobre la marcha y ajustándose, claro está, a los múltiples imprevistos que vayan surgiendo.

Mezcla de ficción y documental, la película (que lleva aún más lejos una idea ya probada por el director al realizar Antes del atardecer nueve años después de Antes del amancer, haciendo reencontrar a sus protagonistas) interactúa mediante sus personajes con diferentes eventos de la realidad cotidiana, como la escena ya dirigida por Linklater en la que, según ha contado Ethan Hawke en una entrevista, el padre acompaña a su hijo a una librería para que le firmen un ejemplar de Harry Potter. Será cuestión de esperar los resultados. Aunque pensándolo bien, no creo que haga falta esperar mucho tiempo para comenzar a disfrutar de la nueva película de Richard Linklater; de alguna manera, ya se puede hacer. Según dijo Godard alguna vez, una película nunca es una obra en sí misma, siempre es al mismo tiempo parte de un todo. Y lo que empieza a buscarse en una película lo encontramos en otras, indefinidamente.
