Terminó. En el recuerdo quedan las funciones matutinas con incertidumbre y mucho sueño, los cartelitos de entradas agotadas, los almuerzos a base de gaseosa, café y golosinas, las mesas redondas, los diálogos informales, las películas insoportables, las películas geniales, las entradas que caen de sorpresa porque un amigo no puede ir, las grillas subrayadas, resaltadas y arrugadas, las postales y los flyers hermosos de películas horribles, los nervios, la ansiedad, la angustia de saber que la película descartada es mejor que la elegida, las odiosas sinopsis, los pasillos, las colas, los murmullos, los encuentros, los reencuentros, los olvidos, las corridas, los estudiantes, los colgados, los críticos, los clones de albertina carri almorzando chop suey en el patio de comidas, los clientes del shopping indiferentes que continúan comprando como si nada ocurriera. Cosas del Bafici. Rituales.
Lo irrepetible, lo no ritual ni anecdótico, es el decubrimiento de imágenes que jamás volveremos a encontrar a la vuelta de la esquina. Imágenes nuevas, marginales, interrogantes. En el film Morceaux de conversations avec Jean-Luc Godard -una de las joyas que regaló esta edición del Bafici- un Godard viejo y casi derrotado se emociona frente a la cámara cuando siente a flor de piel la vejez y la derrota de un cine que, años atrás, aún creía posible. Esta derrota, quizás, no sea del todo irreversible. Conversando con un grupo de estudiantes, el hombre, con la sencillez que sólo tienen los genios, señala: “El cine es aquello que sólo puede ver una cámara”. Hasta el año que viene, Bafici.