
de José Padilha
(Brasil, 107 min, 2007)
Por María Papi
Con el hiperrealismo como recurso inexorable, José Padhila manipula la estética de lo que denuncia y esta denuncia es un hit: "¿Cuántos niños tienen que morir para que un playboy –en referencia al joven blanco y rico, con conciencia social- se fume un porro?” Pues suena bastante fascista, desde el punto de vista que señala moralmente al consumidor como si fuera el responsable de la red de narcotráfico, como si tuviera la culpa de participar de un sistema que genera miles de millones de dólares con el tráfico ilegal de drogas, cuya rentabilidad se sostiene ideológicamente en la negación de las costumbres y prácticas de muchos de los ciudadanos mediante el prohibicionismo. Quiero creerle a los realizadores del film: la voz de este prohibicionismo, con su hipocresía, ignorancia y demagogia violentas, exhortada desde las bases del sistema, es lo que se intenta denunciar, aunque, lamentablemente, con una visión tan estrecha de la problemática que no deja demasiado margen para la reflexión.
Cual Policías en acción pero con buen presupuesto y gran destreza técnica en las secuencias de acción de cámara en mano, José Padhila atraviesa la frontera de las favelas e ingresa en ese mundo que elige presentar de la forma más cruda posible. Es, nuevamente, el retrato de la miseria sudamericana, donde se presenta, desde la subjetiva del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), un triángulo de relaciones (organización policial/militar, organización de traficantes dentro las favelas y universitarios militantes y consumidores de drogas) que procura develar la dinámica de operaciones de guerra contra el narcotráfico en Río de Janeiro.
¿Y hacia dónde nos arrastra la cámara de Tropa de Elite? El film, basado en testimonios reales, detona sin asco la perspectiva de la policía y nos implica en ese vigente y cerrado medio de coerción de un sistema que “no trabaja para resolver los problemas de la sociedad, trabaja para resolver los problemas del sistema”. Padhila monta una realidad estrictamente moldeada donde los negros de las favelas son los narcos, la policía son los asesinos que trabajan para el sistema y los estudiantes que manejan una ONG y hacen práctica social son señalados como los blancos naif y los playboys -forma despectiva con la que se refieren a los consumidores de drogas de la clase media, que por no vivir en la miseria no saben nada de la vida ni de la guerra-. En ningún momento aparecen los verdaderos sostenes de este sistema de narcotráfico, indigencia y terror; no forman parte de la realidad del film. No hay empresarios ni políticos ni medios de comunicación, pero sí abundan los mensajes moralistas y los estereotipos de clase. Sólo en ese círculo cerrado de la realidad, en su forma más cruda e inflexible, se desarrolla la presentación de una ficción con ornamento de documentación categórica y veraz. El relato en voz en off lo lleva el capitán Nascimento y los episodios están articulados por las memorias -y remordimientos- de diversos operativos, señalando particularmente las operaciones de seguridad y pacificación debido la visita del Papa a Río de Janeiro. De esta manera, Tropa de elite juega a transgredir poniendo en escena la perspectiva del ejecutor del orden, infecta marioneta que mata y muere en nombre de la ley y tortura en nombre de la paz.
Siempre la foto repetida de un Brasil violento y desmadrado, imágenes que evidencian la impunidad genocida de un sistema prohibicionista que sólo genera un círculo vicioso que sostiene y sustenta la red del narcotráfico, de la que tanto los pibes de las favelas como los del batallón policial son sólo muñecos descartables. Ésta debería ser la polémica del film.
No es un tema simple ni nuevo y, definitivamente, no puede ser abarcado sólo desde un territorio limitado que invade la percepción con pretendido encuadre objetivo de “la realidad”. Tampoco es un film fácil de digerir, ya que despliega lo que no quiere verse y pronuncia lo que no quiere escucharse: una sociedad que cría y educa guerrilleros legales e ilegales que se liquidan unos a otros para sostener la máscara del establishment.