
Por Diego Briata
Los orígenes del héroe crepuscular en la pantalla grande datan del año 1943, cuando a través de unos seriales devenidos en propaganda de la ley y el orden, acompañado de Robin, las aventuras del dúo dinámico se erigían bajo el halo incandescente de la gran depresión, retomando ciertos códigos del policial negro y mucha mística del crimen organizado perpetrado generalmente por los gánsteres.
Luego, al término de la segunda guerra mundial, el furor que acojonaba la opinión pública en la american way of life se calmó un poco, y allá por los años 60 el flower power se apoderaría de un par de postas culturales; Batman fue una de ellas. La serie que todos conocemos, protagonizada por Adam West en el papel del hombre murciélago y César Romero como uno de los mejores Guasones que se hayan interpretado, se convirtió en una serie de culto, y si bien fue la que más lejos estuvo de su oscura envestidura original, resignificó las reglas del juego generando a través de decorados, vestuarios y diálogos lisérgicos, otra historia, con otras motivaciones y otros intereses. El deleite por los bocadillos que encerraban las onomatopeyas de puñetazos, las coreografías de los secuaces y villanos, el punchi musical de la big band jazzera que acompañaba las escenas de acción, la cosmovisión “bati”, con su baticóptero, batibote, batimoto y batimóvil, hicieron sin lugar a dudas una de las grandes adaptaciones al mundo audiovisual del superhéroe (en 1966 se haría un film basado en esta serie).
Luego de esto vinieron diversas participaciones en dibujos animados, como Los superamigos o La liga de la justicia, pero sin lugar a dudas la mejor adaptación al mundo animado sería la de realizada por Bruce Timm y Eric Radomski en los años 90 para la Warner: Batman: la serie animada, donde se retomaba un poco la gramática del desasosiego, con un carácter mucho más barroco, en el que las sombras y las fuertes líneas que contorneaban ciudad gótica recreaban un mundo entre expresionista por su iluminación y art decó por su arquitectura, seguramente influenciado por la oscuridad que le había otorgado Frank Miller en su relectura de los años ochenta mediante los comics El regreso del señor de la noche (1986) y Año uno (1987), o por The killing joke (1988) de Alan Moore.
La relectura de Miller origina la saga burtoniana en 1989 a través de Batman, con Michael Keaton en el papel del empresario multimillonario Bruce Wayne y, claro está, le viene como anillo al dedo la verborragia que chorrea Jack Nicholson en la mayoría sus papeles, ahora detrás del maquillaje clown del Guasón. El melancólico chico Burton despliega todos sus encantos de muchacho emo y vuelve a oscurecer la cosmogonía de la rata voladora, cargando de pesimismo y desencanto esta nueva saga de aventuras, aunque su idiosincrasia no le permite del todo volver a los orígenes misántropos de Batman (porque en un principio Batman salía pistola en mano para imponer justicia propia, al mejor estilo Harry, el sucio) y termina agregando ese mundo mágico y acaramelado que oscila entre Charly y la fábrica de chocolate y El gran pez. El Batman de Tim sigue siendo apto para todo público. Y si bien en Batman vuelve (1992) su lucha contra el crimen organizado y las injerencias políticas que se abordan hacen que sea todo un poco más inquietante, no llega a generar lo que Nolan logra en la nueva saga. De todas maneras, agradecemos a Burton tomarse las cosas con seriedad, que fue justamente lo que no hizo el director prêt-à-porter Joel Schumacher, que desmoronó la saga convirtiendo a Ciudad Gótica en una gran pasarela para el desfile de Georde Clooney y Val Kilmer, con grotescos diseños de vestuario y con un lamentable código de actuación; Batman eternamente (1995) y Batman y Robin (1997) hicieron retroceder la saga cualitativamente, una verdadera lástima.
Birds of prey, de 2002, una serie en la que Batman ya viejo se retira y marcha de Ciudad Gótica, cuenta las aventuras de la hija de Batman y Catwoman, la Cazadora, cuando se une a la Batichica, que apostada en un silla de ruedas por un disparo del Joker funciona como oráculo, una bizarreada de mal gusto que duró apenas una temporada y salió del aire debido a la ínfima audiencia que captó durante toda su emisión.
Ahora, en la nueva era del superhéroe, Christopher Nolan y su hermanito describen de una manera mucho más contundente ese entramado contradictorio que posee el personaje del magnate playboy Bruce Wayne, porque si hay algo en lo que siempre se diferenció Batman de los demás superhéroes es en que los poderes que posee no son producto de una malformación genética, ni de experimentos nazis, ni heredados de una estirpe alienígena. Batman es de carne y hueso; si lo pinchan sangra y si lo envenenan muere, diría un mercader de Venecia en Ciudad Gótica. Y de la misma forma que no posee superpoderes, tampoco es poseedor de la superética obstinada del Capitan América o de Superman. Batman es un cóctel explosivo, un mercenario de la moral, actúa por venganza y eso debe ser lo más seductor que tiene el personaje. Pasa de estar abrazado a dos prostitutas vip a la militancia intransigente en la que vela por todos nosotros. ¿Guerrillero o paramilitar? Diría que en estas dos últimas entregas de Nolan (Batman inicia y Batman, el caballero de la noche) el carácter paramilitar se ajusta implacablemente, generando una lectura iconográfica que habla acerca de la coyuntura paranoica estadounidense: el terrorismo. Con el mejor Joker jamás interpretado (brindo por Heath, el sociópata que concilia la suma de todos los miedos, el mal por el mal mismo, sin ningún tipo de justificación, con sus videos caseros a lo Al Qaeda, su coherencia por su deber ser que no quiere matar a Batman porque si hay algo que el Joker respeta es la oposición de los polos, no existe el mal sin el bien) The dark knight está plagada de todos los artilugios que atentan contra los derechos de la humanidad para “combatir el terrorismo”, desde la tortura a los presos, la intromisión en la vida privada de los ciudadanos a través de los teléfonos móviles y, por supuesto, lo que corona y pone en evidencia cierta ¿crítica? al método de accionar estadounidense, cuando Batman trasciende las fronteras de su país y extradita por la fuerza a un empresario de Hong Kong. Pero todos nosotros sabemos que hacer ese tipo de cosas cuando se combate en pos del bien y la justicia no están mal, ¿no? Además, si lo hizo Harry, el sucio, por algo será.