
Por Hernán Silvosa
¿Qué pasa con Harvey Dent que es ignorando en todas las reseñas y críticas sobre The dark knight? Es la clave, me parece, para entender por qué no se pueden hacer hacer lecturas lineales como las que hablan del terrorismo, la paranoia y la llamada "defensa del orden". Seamos claros: Harvey Dent es un síntoma, un signo de lo que no marcha por las vías de lo correcto, de aquello que no funciona conforme a los ideales del discurso de la moral y el orden. Y de la misma forma que el Joker no es un villano representante del mal sino una respuesta descontrolada que nace del propio sistema como un resto o anomalía, Batman no es un defensor del orden de Ciudad Gótica sino un idealista que lleva su ética hasta el extremo y que a) se construye como símbolo para cambiar el estado de las cosas y b) renuncia al símbolo porque el estado de las cosas no hace sino generar respuestas como las del Joker. Usa el poder por fuera de las leyes, por supuesto, sólo para descubrir con su ética imparable que ese objeto inamovible llamado Joker es, además de todo, su propia consecuencia. O sea, todo está perdido, hasta la más incorrompible de las figuras del sistema nos muestra la otra cara y el ideal, finalmente, se estrella contra el suelo. Batman es claro en sus palabras finales: sigan creyendo en aquel ideal (gira la cabeza de Dos Caras y la muerte termina siendo la del héroe, no la del monstruo) que yo, mientras tanto, me hago responsable de aquello que he generado. ¿No rompen acaso la señal de luz para llamar al héroe por las noches? El símbolo cae, y esto cambia radicalmente las cosas, porque ninguna lectura de a pares (A vs. B) es ya posible. La escena extraordinaria en la que Bruce Wayne, con el traje de Batman pero sin la capucha, es interpelado por Alfred para continuar con su misión mientras le esconde la carta de Rachel, responde en este sentido. De ahí la grandeza de la película: combinar al Joker con Dos Caras y hacer junto con Batman un ménage à trois de ideologías nada simplistas, y evitar, de esta manera, pensar con una moneda en la mano y decidir, rápido y fácil, por cara o por ceca.
Donde Batman begins arrancaba con un veloz travelling lateral que dejaba descubrir por detrás de unos arbustos al pequeño Bruce Wayne corriendo por el parque de su mansión, The dark knight lo hace con un travelling aéreo que, avanzando con firmeza hacia el frente de los perfectos cristales de un rascacielos, es interrumpido sin aviso por un golpe contra el vidrio en sentido contrario. No es casual que la caída hacia las profundidades psicológicas del flashback inicial de la primera película (el pozo, los murciélagos, el padre) dé lugar ahora a las alturas vertiginosas de un presente en apariencia perfecto pero corrompido desde su interior. Los miedos personales, la culpa y el nacimiento del héroe ya no tienen lugar en The dark knight; el símbolo -materializado en la señal luminosa que reclama al héroe por las noches- ya está construido en la cima de Ciudad Gótica. Y es en estas alturas donde comienza, paradójicamente, el descenso del caos.
¡El caos! Los vidrios estallan y el inmaculado paisaje de Gótica se quiebra; los códigos del orden -corrupto- se revolucionan. Robar un banco de la mafia es ir más lejos y doblar la apuesta; obliga al conflicto bifronte de buenos y malos (clásico de las historias de superhéroes) recoger el mazo de naipes y dar de nuevo. El juego parece el mismo pero todo es diferente: entre los naipes se filtra un comodín. Mientras el símbolo de Batman (el principal interés de Bruce Wayne durante todo Batman begins) es recogido por la sociedad en su versión patética de simuladores encapuchados con escopetas en la mano, la esperanza del cambio encuentra en Harvey Dent los rasgos de un ideal que el orden necesita. Policías, fiscales y jueces versus traficantes, asesinos y mafiosos continúan respondiendo a un campo de fuerzas de a pares, en definitiva equilibrado. Pero si el símbolo construido por Batman desprende un ideal que frágilmente triunfa en el sistema, es desde la médula del propio sistema que nace una respuesta bajo la forma de una broma descontrolada: el Joker.
El bufón carnavalesco no es un villano representante del mal, no es un ladrón ni un mafioso; abusa de la corrupción de Ciudad Gótica, estafa a sus delincuentes y se ríe de ellos. No quiere recompensas (quema el dinero) ni poder (quema el dinero). Nada le importa. Se nombra como agente del caos y responde al goce de burlarse no sólo de la moral, de lo correcto y lo incorrecto, de la policía y los criminales, sino también de la ética individual de aquél que, según dice, lo completa: Batman. Anomalía, resto que no hace ecuación con lo establecido. No es actor (no es hipócrita) ni tiene máscaras: bajo la careta de payaso ningún rostro lo revela más verdadero. Bajo el payaso está el payaso.
Entre Batman y el Joker -la fuerza imparable y el objeto inamovible-, Harvey Dent: caballero justo del orden, valiente y honesto, pero también semilla de la fragilidad, la corrupción y la muerte. Doble faz inevitable de un rostro superficial tallado con los cinceles de lo apolíneo, herramienta de cambio aunque naipe repetido. En su cotidiano juego de azar mentiroso se revela su destino insoslayable. Esta permanente puesta en escena mediante la cual simula tomar decisiones con su moneda de caras idénticas es desgarrada por la fuerza de lo real, que estrella su cabeza contra el suelo y hace arder su fetiche (su moneda) para siempre, descontrolando sus impulsos. I believe in Harvey Dent...
Y es bueno recordar que es en la figura de Harvey Dent que Bruce Wayne hace la mayor de sus apuestas: renunciar a su otro yo encapuchado. Pero ya todos sabemos lo que pasa: siempre gana la banca. Si Batman begins era una fuerza hipnótica que, desenfrenada, buscaba expulsar los miedos internos volviéndolos contra sus fuentes mediante un símbolo con ideales de cambio, The dark knight es un vértigo sin descanso que culmina con la renuncia a este símbolo para refugiarse en los callejones oscuros de Ciudad Gótica, ya no sólo por fuera de la ley, sino además por fuera de la aceptación política y social. Batman renuncia a convertir sus acciones en una moral (en un orden preestablecido de corrección e incorrección) y se sitúa mejor que nunca frente a su ética personal. Renuncia además al poder de ver y controlar todo (ahí está la escena del diálogo con Lucius Fox sobre los límites de la tecnología, el uso del sonar y, finalmente, la destrucción del aparato).
El triunfo es del Joker. La realidad -esa cosa primaria que vaya uno a saber qué es sin la ayuda de las palabras- destruye los ideales y el hombre moral, social, finalmente se corrompe. Bueno, sí, ningún ferry explota finalmente en ese experimento social perpetrado por el Joker. Se salvan, eso sí, accidentalmente: el voto de la mayoría, perversamente democrática, deja bien en claro su voluntad (¿los vence la culpa, el miedo, las fuerzas del bien?). Harvey Dent/Dos Caras es el triunfo del Joker. Y Batman, lejos de la batiseñal, la aprobación popular y los códigos de la moral -y el orden-, termina siendo perseguido como lo que siempre fue: un caballero oscuro.