"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

20 de agosto de 2008

Gore artesanal a lo Peter Jackson de antes


Por Gonzalo Moreno
Después de tanto panda peleador, robot enamorado, hombre murciélago, high school importado y momia del oriente, se estrena en Argentina una pequeña película llamada Muerte en la granja (Black sheep, Jonathan King, 2006), que con destino incierto, y dependiendo sólo del interés que pueda generar a través del concepto básico que plantea, sale finalmente a probar suerte en los cines locales.

¿De qué van las cosas en el film? De ovejas asesinas. Si al enterarse de esto el posible futuro espectador no se ve atrapado o mínimamente interesado en verla, es aconsejable que entonces no lo haga, pues la película no presenta actores famosos y el director (y a la vez guionista) es un total desconocido de nombre Jonathan King; es más, en algún que otro lugar se puede leer “con efectos especiales de los creadores de El señor de los anillos y King Kong”, cosa que es cierta, ya que los efectos especiales estuvieron a cargo de Weta Workshop, la compañía neozelandesa de Peter Jackson (a quien Jonathan King agradece en los créditos, nada casualmente, ¿o acaso el gore de esta película no recuerda a los comienzos de Jackson en su tierra natal?). Pero más allá de todo esto la película presenta por sí sola más de un mérito, y algún que otro distraído que crea de antemano que debe tratarse de una película estúpida y que no hay manera posible de lograr que una oveja cause miedo, se llevará más de una sorpresa al verla.

Muerte en la granja no sólo acierta en los momentos en los que asume el objetivo de provocar miedo –muy bien logrados, por otra parte– sino también en aquellas escenas que se meten de lleno en la comedia. Seamos realistas: una película de ovejas asesinas da tanto para el susto como para la risa, y King sabe explorar y explotar los dos costados con una sutileza increíble, tocando las cuerdas exactas para hacer reír en momentos precisos dentro de un contexto cuanto menos bizarro. Las escenas cómicas, los chistes y los gags recaen principalmente en Nathan Meister y Danielle Mason (Henry y Experience, respectivamente), quienes no dudan en pasar del más puro grito de terror a la más inverosímil escena de comedia negra. En cuanto a los efectos especiales, vale la pena aclarar que no están generados de manera hipertecnológica mediante CGI cual King Kong, sino puramente artesanal, a la antigua, como buena película clase B de terror y autoconciente de serlo. El gore está presente en todo momento y se desparraman por igual tanto las tripas y la sangre de los humanos como las de los ovinos; todo mezclado y en cantidades grotescas, sin resultar nada forzado o injustificado.

Tal vez la clave de todo el film, allí donde reside toda su magia y su potencia, sea la elección estética que realiza King. Teniendo a su disposición una de las más importantes empresas de efectos especiales opta por usar ovejas reales, títeres, marionetas, pedazos de goma y látex y todo lo que haga falta para no caer en la falsedad de una imagen digital que en este caso habría arruinado los conceptos y vuelto chato y poco creíble todo el planteo del film. Usando elementos totalmente palpables que interactúan de manera directa con los actores, el resultado es mucho más favorable, la empatía conseguida es mayor y el realismo se acrecenta incluso en los momentos aparentemente más inverosímiles. Artesanalmente, todo lo que vemos se vuelve físico y asquerosamente real: pedazos de cuerpos mutilados volando por al aire, chorros de sangre extremadamente roja y tripas por donde se mire. Muerte en la granja triunfa allí donde otras películas no logran ni siquiera salir airosas, dentro de un género como el terror, cada vez más desgastado y con menos ideas originales, donde sólo pareciera pasarse de la variante de terror oriental con chica fantasma de pelo largo y camisón a la variante de torturas infinitas con pinzas y sierras injustificadas, y dentro también de un género como la comedia, lejos del auge de otras épocas y que sólo de vez en cuando trae alguna grata sorpresa; ni hablar, por supuesto, de películas que se arriesgan a combinar ambos géneros en uno. Bueno, Muerte en la granja lo hace: el artesano Jonathan King ha llegado para cortar cabezas.