"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

13 de agosto de 2008

Los contenidistas, el guión y la sabiduría de Carrière


Por Hernán Silvosa
¿Qué es una fotografía maravillosa, un ritmo sorprendente, una dirección correcta? Cualquiera sabe que son los lugares más comunes de una crítica perezosa, está claro, pero también la expresión, sospecho, de una forma empaquetada, inmediata y superficial de entender el cine dentro de la sociedad en la que vivimos. De todos estos lugares, el que siempre me ha llamado más la atención es el referido a aquello que suele llamarse "el guión" de una película. Que es excelente, que tiene fallas, que es muy lento o demasiado enrevesado. En un aparente mundo, como dicen, gobernado por las imágenes, continuamos sin embargo sintiendo la necesidad de arrojar por la borda las anclas de la palabra, las narraciones y los contenidos totalizadores apenas tenemos la sensación de que pequeñas olas de imágenes y sonidos comienzan a mover la embarcación de nuestra percepción. Al igual que Hitchcock, que hablaba con inteligencia de aquellos individuos a los que llamaba verosimilistas, habría que hablar además de aquellos otros –del todo extraños y numerosos, por cierto– que son los contenidistas. El contenido, la trama. ¡La historia! Todo pasa por ella, como si de esta forma diera lo mismo ver una película en el cine que leer su argumento impreso en unas hojas de papel o escucharlo por boca de un amigo, como si esto mismo –el objeto de deseo de cualquier contenidista– no fuera el elemento más intercambiable dentro del arte del cine (de hecho lo es, porque rescatar únicamente este aspecto de un film es una operación que bien podría realizarse a partir de una novela, de una obra de teatro o de una crónica periodística). Hace algunos días, alguien que acababa de ver Antes que el diablo sepa que estás muerto, de Sidney Lumet, me decía que la película le había gustado mucho. Cuando le pedí que me contara un poco más en detalle aquello que le había gustado, me dijo: "Es una historia fuerte, muy buena, pero lo que no me queda claro es el final, no se entiende muy bien qué pasa con el dinero, si se lo lleva el hermano menor, lo deja tirado o qué cosa. Ese final que tiene no está bien, no se sabe lo que pasa con el dinero". Sospecho que Kipling debió cansarse (o imaginó cansarse) de este tipo de cuestionamientos por parte de sus lectores, y tomó la decisión de comenzar a finalizar sus relatos con una frase que, involuntariamente, lo haría famoso. Pero ésa es otra historia.

Leyendo un libro de Jean-Claude Carrière sobre sus experiencias como guionista (con Luis Buñuel y otros tantos realizadores) rescaté estas sabias palabras:

A veces se oye a un actor decir: 'Voy a hacer esta película. El guión no vale mucho, pero mi papel es muy bueno'. Nunca he entendido –yo, que escribo guiones– lo que significan frases como ésta. Ni siquiera cuando un amigo me dice, creyendo halagarme: 'Me ha gustado mucho tu guión, y los diálogos me han parecido maravillosos, pero la película no era gran cosa'. En estos casos, mi reacción es la perplejidad.

No entiendo cómo puede disociarse un guión de una película, apreciarlos por separado. Personalmente, soy incapaz de hacerlo con las películas de los demás. Puede que admire tal o cual encuadre o, por el contrario, que me disguste la interpretación de un determinado actor, pero las películas me gustan o no me gustan de una manera global. No me cabe en la cabeza una película bien dirigida y mal escrita (o viceversa): en resumidas cuentas, un monstruo, un híbrido casi inimaginable. Una película es siempre una sola cosa, un todo más o menos conseguido, con partes mejores que otras. A veces una puesta en escena inventiva y sutil puede insuflar vida a una historieta de lo más banal. Es posible. A la inversa, un director mediocre o arrogante puede sabotear abominablemente una bonita historia, y ejemplos de ello no faltan. Pero, en este caso, el guión original ha desaparecido, ha sido asesinado, ya no existe: ¿cómo se puede decir, entonces, que es bueno?

Un buen guión es, en realidad, aquel que da lugar a un buen filme. Cuando el filme nace a la vida, el guión ya no existe. En la película ya terminada es, sin duda, aquello que se ve menos, esa primera forma aparentemente completa que, sin embargo, está destinada a transformarse, a desaparecer, a confundirse con otra forma, que será la definitiva.

La película que no se ve, Jean-Claude Carrière, Paidós.

No me quejo de que el espectador medio, no cinéfilo, se acerque a las películas y hable de ellas a partir de su contenido más evidente, su historia, su mal llamado guión o lo que fuere, pero ¿es esto perdonable o defendible en la crítica?