"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

30 de octubre de 2008

Apología lisérgica para niños

The nightmare before christmas 3D
de Henry Selick
(EEUU, 76 min, 1993)

Por Diego Briata
Podría ponerme a despotricar soberbiamente contra el abuso de los oportunismos mercantilistas de los que son objeto los millones de niños y adolescentes que claman fervientes por sus mochilas estampadas con Jack, sus llaveros de Zero y sus muñequitas Sally, y ponerme todavía más quisquilloso y crítico cuando observo que ese universo happy!, happy!, emo!, emo!, se reinventa cada año, con cada remasterización, con cada noche de brujas, con cada metamorfosis al mundo 3d y con cada generación sumando pequeños adeptos al copado mundo de Tim Burton. Pero como ya sabemos todo eso, y las verdades arrogantes como el crudo merchandising hacen mella bien profundo, me gustaría darle ocasión a una breve apología del mundo lisérgico al que los infantes pueden recurrir sin necesidad de ingerir ningún tipo de pastillita de color.

El reestreno de The nightmare before christmas en su flamante formato en tres dimensiones, aprovechando la víspera de la fiesta de Halloween, es obviamente un pretexto para seguir llenando las inconmensurables arcas de nuestro, ahora sí niño mimado, Tim . Encima la copia que se estrena en el país es doblada al español (de España) sacándole uno de los atractivos más interesantes que era el de escuchar a Danny Elfman cantar a través de los labios mal cosidos de Jack. Luego de entrar al cine con las gafas 3d, ver a los fantasmitas volar un poco más de cerca, deleitarse con los primeros planos en donde la profundidad de campo empieza a cobrar vida, sacarse las gafas porque te hacen doler la cabeza, volver a sorprenderse pensando cómo una manga de freaks hicieron un minuto de stop motion por semana, aburrirse con números musicales demasiado largos, volver a sacarse las gafas porque ya es insoportable el dolor de cabeza, la película sigue siendo la misma, con sus mismos encantos, su mismo ingenio verborrágico y su misma complicidad darky que pone a los chicos un paso más allá de los estatutos cristianos haciéndolos sentir a todos un poco más rebeldes.

Ahora bien, retomando esta cuestión de apología lisérgica, al momento de ver la privada, me senté al lado de algunos niños que se ponían las gafas 3d en una suerte de ritual dionisíaco, preparados a recibir una dosis de pura mescalina audiovisual; sabían para lo que se estaban preparando. Voy a decir que este fue mi verdadero entretenimiento, y fue por este motivo que disfruté volver a ver esta película en la pantalla grande. Disfruté de los gritos y asombros de un grupo de mocosos que impunemente saltaban y se despatarraban en sus butacas, cantaban de memoria muchos pasajes, querían agarrar todo el tiempo esos fantasmitas que rozaban sus narices, se sumergían y se entregaban por completo a los deleites visuales y sonoros que les proponían los hermosos personajes de Halloween Town. Confieso que desde Fantasía de Walt Disney o las películas de Miyazaki no disfrutaba de un espectáculo tan desmesuradamente drogón y en el que pude volver a engancharme, a pesar de los muchos momentos aburridos que para mí posee el film, gracias a esa turba de pequeños adictos irrecuperables que contagiaban con su nirvana incandescente a todos los que en la sala tratábamos de pedirles una “seca” para ponernos a la altura de las circunstancias. Cuando finalmente pude interpretar los motivos por los cuales me encontraba reviendo la recontravista película de Burton, el film llegó a su fin, dejándome con las ganas de ver algo que no hubiera visto y envidiando solemnemente el viaje del que habían disfrutado los jóvenes compañeros que se encontraban a mi lado. Me sentí un poco intrascendente por no tener esa capacidad de abstracción que tenían ellos, pero luego me acordé que soy mayor de edad y que podía solucionar esa intrascendencia con un llamado telefónico.