
de Gabriel Medina
(Argentina, 102 min, 2008)
Por Javier Demaría
Se trata de la vida de un tipo que tiene todo para ser feliz, pero recién comienza a serlo en el final de la película. Se trata de un tipo que vive en un cálido departamentito, es animador de fiestitas infantiles, escribe un interminable guión, tiene un amigo bobalicón, otro ventajita y una chica que, como él, tampoco se atreve a dar el primer paso. Se trata de un tipo al que le ofrecen la posibilidad real de presentar su guión a un productor importante, le ofrecen un muy buen trabajo en una productora, se le insinúa una atractiva y pulposa azafata con la que no hace nada y tiene sexo con una madre madura. Un tipo que tiene todo para ser feliz, si no fuera porque es un paranoico. Y hete aquí que donde mayormente se juega la película es a la vez su mayor flanco. Con un comienzo de logrado suspenso, un clima más elaborado que narrado, el film comienza a interesar y captar la atención alrededor de Luciano Gauna (compuesto por Daniel Hendler, más allá de sus tics habituales en la expresión de lo monótono y la duda actuada) hasta que comienzan a aparecer los otros personajes y se instala tempranamente la machacona autoreferencia al título de la película desde la serie de televisión que su amigo Manuel (Walter Jakob) está haciendo en España.
La escena clave para el declive es la cena con el vino presuntamente picado: el guión le hace decir frases tontas a la azafata pulposa para que nos demos cuenta de que es tonta, frívola y que con ella no va a pasar nada; tampoco pasa algo en lo inmediato con Sofía, pero ésta desde el vamos se muestra y nos la muestran diferente, como estudiando el ambiente, “alguien más parecido a él”. Su amigo el realizador es un canchero que se las sabe todas, que incluso habla mal de Gauna a sus espaldas, por lo que merece al final lo que finalmente le pasa. Díficil es además pensar que entre Sofía y este último haya pasado algo, aunque en la sinopsis del pressbook se nos informa que este Manuel es un seductor “de aplastante y carismática personalidad”. Aquí se plantea entonces un problema: siendo un cuasi estudio de caso neurasténico con personaje masculino con cierta incapacidad para relacionarse y asumir responsabilidades y compromisos, una vez visto esto... ¿qué sigue? Vemos a Luciano Gauna una y otra vez fumarse un porro, encender un cigarrillo, titubear, dudar (lo que hace que la escena del supermercado chino pase más por un exabrupto aislado sin conexión con lo demás). Vemos a Gauna una y otra vez con un conflicto interno que no estalla y todo sigue igual. Tampoco están bien desarrollados los otros tres personajes que lo acompañan, Sherman (Martin Feldman), el cineasta y Sofía (Jazmín Stuart). No tienen vida propia, están sujetos a la gravitación en torno a Gauna y como es la historia de éste no pasa mucho más; vean sino aquí la tan remanida y efectiva “chico conoce chica, chico la pierde, chico la recupera”. En el dejá vu, va otra más de “tipo que no puede terminar de escribir un guión”, guión que tampoco parece interesar ni a él mismo.
Bien filmada, algo oscura en su fotografía intimista, la película no alcanza a insuflar más que un mero interés inicial, con una sensación de progresiva densidad en el comienzo de la banda sonora prontamente diluida.