
Paranoid park (2007), el último film de Gus Van Sant estrenado en Argentina, pone un poco más en claro las reglas, si las hubiera, de cómo funciona la cabeza de un adolescente, y esclarece todavía más la diferencia que hay entre el universo de Van Sant y el de su colega Larry Clark, que también la mayor parte de sus películas se autoproclaman como conocedoras de ese mundo aparentemente tan problemático llamado adolescencia.
Teenager movie. Mucha gente piensa que adolescente es una palabra con una raíz asociada a la idea de “el que adolece”, o sea la falta de algo, adjudicándole un sentido menos decoroso de lo que realmente oculta el ser adolescente. El adolescente es el adulto en su pasado, y esta definición etimológica encaja perfectamente en la reconstrucción que hace Van Sant de sus personajes, y en la forma en la que retrata ese mundo fuera de campo llamado adultez. El protagonista es Alex (Gabe Nevins), un introvertido y parco skater que se ve involucrado casi por inercia en un crimen insustancial y que será el chivo expiatorio que toma forma de “nadie me entiende y tengo un problema más importante que todos ustedes” (o sea, soy adolescente). Pero en realidad, y por suerte, Van Sant tiene la suficiente holgura como para darle un sentido que reivindica esa figura que tanto desprestigiaron otros realizadores con lecturas chatas y muchas veces banales como lo hace Larry Clark en Kids (1995), en Bully (2001) y en Ken park (2002). Por suerte, Gus cumple con una premisa esencial a la hora de escribir un guión: él quiere a sus personajes. Recordemos si no el cariño que nos provocan los protagonistas de Mi mundo privado (My own private Idaho, 1991) y En busca del destino (Good Will Hunting, 1997); y si bien el trazo adolescente se afirma más en Elephant (2003), sigo relacionándome mucho más con esos asesinos de la sociedad que con los de Bully (simpatizar en términos de gramática cinematográfica, no me malinterpreten por favor). Por ejemplo, Alex afirma en uno de los tantos momentos de confesión que tiene con su amiga darky-punk descremada: “los problemas pequeños son muy estúpidos”, pero ella lo chicanea diciéndole la más pura verdad adolescente: “no si te pasan a ti”. Alex no hace la vista gorda a las recomendaciones de su joven consejera, y es gracias a ella que puede reconstruir toda la historia y Gus Van Sant contárnosla, a través de una carta que se quemará en un plano que reduce toda la película a otro de los tantos sentidos etimológicos que tiene la palabra adolescencia. De la lengua religiosa romana “adolere”, hacer arder, quemar en sacrificio, salpicar el altar con sacrificios.
La epopeya del movimiento. Los que vieron las anteriores películas de Gus, sobre todo Elephant, Gerry (2002) y Last Days (2005), habrán podido observar esa obsesión que toma forma en el plano secuencia, gracias a nuestro talentoso y bien ponderado Matías Mesa, un steady cam de los mejores que habrá en el mundo, en el que la realidad empieza a convertirse en un presente continuo que sólo se verá afectado gracias a la ruptura temporal que usa el director en estas películas. Aun así, me pasa que esa línea temporal que se aferra con un sidecar al steady cam me genera un presente único y uniforme, donde no importa tanto el pasado, presente y futuro, sino más bien la sensación de una totalidad que abarca un único estado temporal que comprende estos tres anteriores. En Paranoid park todo esto viene como anillo al dedo, ya que cada personaje posee su transporte espacial-temporal: sus patinetas, que son el objeto por el cual los solitarios artistas callejeros llevan sus penas y diversiones a rastras como un artilugio circense pero sin réditos extra corporales. Hay dos escenas al principio de la película donde Gus los retrata siguiéndolos con esos angulares tan característicos del género skater, como si se trataran de artistas autocomplacientes que no le deben nada a nadie, y que siempre van hacia a algún lado, en alguna dirección. Que es justamente lo que le pasa a nuestro querido Alex, todo el tiempo toma decisiones que lo encaminan hacia alguna dirección (lamentablemente no se puede decir que todos los adolescentes sean así, pero éste sí, y por suerte Gus no generaliza ni mete a todos en la misma bolsa). Ahora bien, las decisiones que toma Alex no son ni malas ni buenas, son decisiones que encajan con su personaje, con el efímero entorno que lo rodea, y no son indulgentes, ni contradictorias, ni terribles, son decisiones que no nos permite juzgarlo como mucha gente está acostumbrada a hacer. No hay moraleja, no hay casi culpa, no hay éticas ni morales ni epifanías sociales que descubran nada nuevo. Alex es un adolescente que transita un mundo compuesto por artistas como Gus Van Sant, Christopher Doyle, Nino Rota, Elliot Smith, Beethoven, y que se traduce en un precioso film que si bien inquieta por momentos no deja de ser el retrato de un artista adolescente.