"Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el juego es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine". Serge Daney.

4 de enero de 2009

Resignados en McDonald's

En una escena decisiva para la trama de la mediocre El día que la Tierra se detuvo (Scott Derrickson, 2008), el alienígena Keanu Reeves conversa con otro alienígena, un Oriental, que ha vivido en la Tierra durante los últimos setenta años. Ambos, Occidente blanco de ojos claros y Oriente septuagenario de ojos rasgados, deciden el futuro de la especie humana sentados en una mesa de McDonald’s: si continúan advirtiendo a los terrícolas sobre el maltrato ejercido sobre el planeta Tierra para que tomen conciencia y cambien sus comportamientos o, por el contrario, si exterminan por completo a los humanos para que el planeta, ahora sin ellos y con salud recuperada, pueda seguir existiendo y así albergar a futuras y más inteligentes formas de vida. Con mirada serena, el alienígena Oriental habla a partir de su experiencia en nuestro planeta y argumenta:

· el planeta Tierra se ha convertido en un territorio hostil
· los humanos son destructivos y no razonan
· cualquier intento de querer interceder por ellos sería inútil; jamás cambiarán
· la tragedia es que la especie humana sabe cómo va a acabar, lo intuye, pero nada hace al respecto

El diálogo que mantienen el alienígena Keanu Reeves y el alienígena Oriental en el famoso hogar de Ronald McDonald mientras a un par de mesas de distancia la hermosa Jeniffer Conelly espera degustando algún producto elevado en lípidos, podría ser el momento más sarcástico y lúcido de toda la película. Pero no lo es. Por un pequeño aunque significativo detalle: cuando el alienígena Keannu Reeves afirma que, entonces, el preceso de destrucción de la especie humana ya está decidido y que ambos deben preparar su partida, el alienígena Oriental le confiesa que, aun así, él prefiere quedarse en la Tierra y morir en paz. El diálogo exacto es el siguiente:

-No puedes quedarte aquí.
-Puedo, y me quedaré.
-Si te quedas, morirás.
-Lo sé. Ahora éste es mi hogar.
-Tú mismo afirmaste que los humanos eran destructivos…
-Es cierto, pero aun así tienen algo especial. Verás… yo… los aprecio. Sé que puede parecer extraño, en largos años no me lo he podido explicar. Maldije mi suerte por ser enviado aquí. La vida humana es muy difícil. Pero a medida que llega a su fin… me considero afortunado de haberla vivido.

El personaje del alienígena resignado en McDonald’s es elocuente, y resume además varias de las iconografías que Hollywood tiene del mundo en que vivimos: el extraño, el místico, el extranjero, la cultura milenaria y, finalmente, el que termina seducido por la maquinaria de un discurso que no permite refutación: el mercado, el poder económico, los golpes bajos y la ignorancia. A este discurso, hacia el final de la película, se sumará el alienígena Keanu Reeves, que decide detener el proceso de destrucción de la especie humana porque encuentra en el llanto de un niño frente a la tumba de su padre (y en primer plano) un indicio de ese “algo especial” del cual hablaba el Oriental. Así que la sabiduría de Oriente, lo místico, lo pragmático de Occidente y la futura posibilidad de cambio de los líderes del mundo (o sea, Estados Unidos y su Obama’s dream) se materializan en un McCafé y una charla de por medio. Muy hegeliano todo. Un cambio de conciencia, un insight cognitivo bien americano y la posibilidad de cambiar el mundo material. Es muy fácil. ¡Usted puede intentarlo desde su casa si tiene voluntad! O desde la platea de un cine mirando con atención películas como Wall-E o El día que la Tierra se detuvo. De políticas de Estado, modos de producción e intereses económicos, ni hablar. ¿Para qué?